Para que la temperatura de tu mate esté en su punto justo, asegurate de que no esté ni tibia ni hirviendo. Lo aconsejable es que esté entre 70 y 80º C. Los gerontes te dirán que pruebes con fuego de hornalla y pava; los más modernos que uses la eléctrica.
La consigna es nuevamente estricta y requiere que el mate no zozobre de yerba ni tampoco que fafalte. A ojo (nada de medidores) llená hasta las tres cuartas partes del recipiente. Acto seguido, tapá con una mano la boca del mate, invertila y luego agitala un par de veces para quitarle el polvo. No te olvides después de soplar la palma de tu mano para no manchar lo primero que agarres.
Ahora recostá la yerba sobre una de las paredes del mate para así formar un hueco en la pared opuesta y, luego, colocá agua tibia suavemente. Es fundamental que no hierva para no quemar la yerba y, por ende, perder su gusto. Dejá reposar unos segundos.
Si esto te sale bien, ya estás en condiciones de autoproclamarte porteño. Una recomendación práctica: tapá con un dedo el orificio superior de la bombilla y colocala en el hueco que antes generaste. El gran riesgo de este paso (y por lo que desaprobaríamos el examen) es que el mate quede tapado.
Ahora sí con la temperatura ideal antes mencionada, empezamos a cebar el mate. Se debe colocar poco agua por turno y siempre en el mismo lugar (al lado de la bombilla es la mejor alternativa). Importante: el cebador siempre es el mismo. Si alguien osa a tomar el termo y cebarse a sí mismo… merece la expulsión de la ronda.
Comienza la ronda y es imprescindible respetar los turnos. Nada de saltear ni devolver favores ajenos al mate. Unos bizcochitos de grasa en el centro de la ronda y, como diríamos por estos pagos, ¡sos vos! Mucho cariño y poco enrosque, cero angustia y todavía más celebrar ese preciso y exacto momento en el que compartimos unos buenos mates.